Los niños pequeños no son los más compartidos y desprendidos del mundo; atesoran sus juguetes y otras posesiones, y no disfrutan cuando alguien los toma, incluso cuando no están jugando con ellos o dándoles cualquier otro uso.
Esto nos puede hacer pensar que los niños son egoístas por naturaleza, pero esa idea, aunque correcta en parte, es inexacta. En primer lugar, un niño de dos años o menos, no está capacitado para cuidarse a sí mismo ni satisfacer ninguna (o cerca de ninguna) de sus necesidades.
El niño, a tan tierna edad, no piensa en los demás porque no ha aprendido a distinguir entre sí y los otros. Quitarle su juguete o su mamila, es para él igual que arrancarle un brazo. Pero después de los dos años, es más fácil enseñarle el valor de la generosidad y la empatía, es decir, a que aprenda a reconocer al otro como un igual.
El significado de compartir
Compartir va más allá de dejar al otro jugar con nuestras cosas. Implica empatía, la capacidad de ver el mundo como lo ven los demás, de entender lo que les gusta y les duele. Antes de los seis años, los niños no pueden desarrollar una verdadera empatía, pero por algo se inicia.
Poco a poco, debes estimular su interés en los demás, y en el intercambio con ellos (“me prestas y te presto”, “jugamos juntos”) y en el desapego de lo material (“te regalo mi juguete”). Sin embargo, no olvides que debes respetar su derecho a tener posesiones propias y hacer uso de ellas cuando quiera, incluso si eso significa no compartir. Lo idea es encontrar el punto medio.
Hacia los tres años, puedes convencerlo de ser más compartido con su hermano, con sus primos o amigos, pero no será antes de los seis años que aprenderá a ser desprendido con gusto y sin que se lo ordenes. Es un proceso continuo y necesita mucha paciencia y comprensión.
Regresar